Inocencio Noyola
El diablo y la bebida.
Todo mundo sabe que fue Noé el inventor del vino.
Lo que es posible que no sepa todo el mundo, es la participación que en el alcoholismo ha tenido el demonio.
La leyenda, sin embargo, es muy instructiva y muy interesante.
Un día que Noé estaba cultivando su viña, le vio Satanás, y como es tan curioso, se acercó a él y le preguntó qué plantaba.
-Una viña, le dijo Noé.
-¿Y eso para qué sirve?
-Para comer y para beber, contestó el Patriarca. Su fruto es tan agradable a la vista como delicioso al paladar. Comido en sazón, refresca y endulza la boca, y si se exprime da un licor que alegra el corazón del hombre.
-Si es así –dijo Satanás- quiero ayudarte.
Y diciendo esto, el diablo trajo un cordero, lo mato e hizo correr su sangre por la tierra ya cavada.
Luego hizo lo propio con un león, un mono y un cerdo y de este modo regó las raíces de la viña que plantó Noé.
Desde entonces, cuando el hombre bebe un poco de vino, se vuelve manso y cariñoso, como un cordero; cuando bebe más se hace fuerte y atrevido como un león; si bebe más se hace malicioso y desvergonzado como el mono, y si abusa exageradamente, acaba por parecerse al cerdo, que se revuelca en la basura. Anónimo.
Tomado de Acción 20 de julio de 1924.
Introducción
El consumo de bebidas embriagantes existía desde el periodo prehispánico y tuvo diversas aceptaciones y prácticas sociales. Durante el periodo novohispano, la producción de alcoholes estuvo restringida por diversas disposiciones que favorecían a los caldos de Castilla, pero permitían la producción de pulque. La producción y consumo de bebidas locales se siguió a pesar de las medidas tomadas por las autoridades españolas (Sánchez Santiró, 2007). Con el inicio de la vida independiente, el gobierno federal estuvo más interesado en la promulgación de diversas normas fiscales para el cobro de impuestos a la producción y venta de alcoholes. Fue a partir de la segunda mitad del siglo XIX y especialmente a partir del porfiriato, que es cuando el consumo de bebidas embriagantes se convirtió en un tema a discusión por médicos, abogados y autoridades.
Diversos autores han señalado la importancia de argumentos morales, clasistas y racistas que se hallan presentes en estas discusiones sobre el alcoholismo hacia fines del siglo XIX y principios del XX, argumentos que muchas de las veces están cobijados por explicaciones científicas o seudocientíficas, legales y médicas (Picatto, 1997, 2010). Sin embargo, estos argumentos fueron suficientes para que los gobiernos locales emitieran diversas normas sobre el consumo del alcohol. Junto a este consumo de bebidas embriagantes cuestionado por diversos grupos sociales, autoridades y profesionistas (Sánchez Santos, 1897, 1902), se halló una industria pujante basada en la producción de estas bebidas que convirtieron regiones del país en áreas económicas sobresalientes, como los Llanos de Apan productores de pulque, los valles de Tequila y los Altos de Jalisco productores de tequila, o bien, los valles de Oaxaca y San Luis Potosí productores de mezcal. A estas bebidas se sumaban una gran variedad a nivel local: chinguirito, sotol, rones, tejuino, etcétera. Además, hacia fines del siglo XIX, a partir de la década de 1880, la cerveza inició su producción en ciudades como Monterrey, Orizaba, Toluca y San Luis Potosí.
La producción y el consumo de estas bebidas arrojaban importantes sumas de dineros a los productores y al estado; este último, con base en el argumento de alejar su consumo, impuso diversos impuestos al proceso de producción, distribución y venta, lo cual fue un factor importante para recabar recursos del erario.
Al terminar la revolución iniciada en 1910, los nuevos gobiernos volvieron a ver en el consumo de las bebidas embriagantes un factor de “destrucción” de la “raza”, el origen de los males sociales, como la pobreza y la criminalidad; pero también fue un mecanismo de allegarse fondos a través del cobro de impuestos. Sin embargo, había una extensa cultura en el consumo de bebidas embriagantes, pues todas las clases y grupos sociales las consumían. ¿Cómo atacar una práctica cultural tan extensa? ¿Cómo luchar contra el consumo de bebidas sin perjudicar los intereses de los grandes productores? ¿Cómo acabar con este hábito sin causar problemas sociales?
Destaca dentro de estos procesos de lucha contra el consumo del alcohol, el uso (o abuso) que hizo el Estado de todos los discursos heredados del siglo XIX; discursos que estaban cargados de argumentos racistas, clasistas y moralizantes. El Estado también se adjudicó un derecho sobre lo que debería de permitir y prohibir a los diversos grupos sociales; al inicio de la década de 1920, los gobiernos revolucionarios con un sentido paternalista iniciaron campañas contra aquellas actividades que consideraron que dañaban la moral y destruían al ciudadano surgido de la revolución; sobre todo aquellas actividades que tenían que ver con grupos de sectores bajos (Méndez Reyes, 2007). Así, iniciaron su lucha contra el consumo de marihuana y de bebidas como el pulque, el mezcal y el tequila y contra los homosexuales, pero permitieron el consumo de cerveza, grapa y whisky y la creación de prostíbulos y zonas de tolerancia. En el caso de la ciudad de San Luis Potosí, como pudo haber ocurrido en cualquier otra ciudad importante, mientras la gente leía en las noticias que se clausuraban cantinas, también veía anuncios de cervezas pregonando sus “virtudes alimenticias”; o mientras se perseguían a los consumidores de marihuana y se hacían redadas de homosexuales para enviarlos a las Islas Marías, el ayuntamiento permitía crear burdeles de primera o segunda categoría.
Este escrito tiene el objetivo de analizar este proceso que las autoridades del estado de San Luis Potosí iniciaron hacia 1923 con la finalidad de erradicar el consumo de bebidas embriagantes. La prohibición de consumir bebidas embriagantes no fue sólo propia del estado de San Luis Potosí, pues en varios lugares del país las autoridades iniciaron políticas semejantes y, después de 1926, lo hicieron las autoridades federales al tratar de seguir las políticas norteamericanas, como lo fue la famosa Ley Volstead. En el caso de San Luis Potosí esta prohibición estuvo cargada con tintes políticos, pues el gobernador Aurelio Manrique tuvo un interés mayor en su aplicación tanto que se ha pensado que dicha ley es creación suya. Este estudio termina en noviembre de 1925, cuando debido a problemas políticos el gobernador Aurelio Manrique dejó la gubernatura y a los pocos días la ley fue cambiada (decreto número 19, del 26 de noviembre de 1925, dado por el gobernador Abel Cano); las autoridades se volvieron más permisivas y la persecución de consumidores y productores y el cierre de cantinas dejó de ser nota periodística.
Una fuente importante para conocer la respuesta de la gente ante las acciones de las autoridades, son los expedientes judiciales federales. Los que se vieron afectados por estas disposiciones buscaron la protección de la justicia federal a través del amparo. En este caso, resultan interesantes: 1) las solicitudes donde el quejoso exponía sus razones y detallaba la forma en que las autoridades municipales dañaban sus intereses; 2) los informes que las autoridades daban al juez cuando se les pedía para conocer la veracidad de lo declarado por el quejoso y 3) las sentencias del juez, en las cuales argumentaba bajo el conocimiento de las diversas leyes si se amparaba o no al quejoso.
En estos primeros años de un gobierno surgido de la Constitución de 1917, las sentencias de los jueces permiten observar el papel que uno de los tres poderes, en este caso el judicial, tuvo en este proceso de formación del Estado posrevolucionario. Además, también se observa la actitud que la sociedad tenía ante la justicia federal, pues en la autoridad judicial veían un último recurso para quejarse de las arbitrariedades de las autoridades municipales o estatales.
Otra fuente es la prensa de la época, pues a través de la noticia podemos ver el impacto social que tuvo la aplicación de las normas sobre el combate al consumo del alcohol. En este caso, el periódico Acción que se conserva en el Centro de Documentación Histórica “Rafael Montejano y Aguiñaga” de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí es una fuente básica, pues realmente fueron pocos los periódicos que se publicaron durante los años de estudio y, sobre todo, que se encuentren completos. Otra fuente documental es el Archivo Municipal resguardado en el Archivo Histórico del Estado, pues ahí se conservan aquellos documentos que tienen que ver con las acciones de las autoridades locales; las solicitudes de permisos para abrir cantinas; quejas de ciudadanos por el proceder de algunos servidores públicos o diversas noticias que favorecen el conocimiento administrativo municipal de estos años.
Este ensayo está dividido en cuatro apartados. En el primero se hace una revisión a las diversas leyes y reglamentos que se emitieron durante la época. Estas leyes nos dan una idea de lo que los legisladores y autoridades tenían sobre el consumo del alcohol, pues a través de ellas quisieron aplicar una serie de medidas para contrarrestar dicho consumo. Un segundo apartado es sobre las bases científicas y moralizantes que el Estado manejó para evitar este consumo. Un tercer punto es la aplicación de la ley en este caso tan concreto y la respuesta social a dicha acción legal. Por último, el cuarto es sobre el adiós a la ley seca aunque haya sido un adiós momentáneo pues durante los siguientes años, sobre todo en 1829, fue el gobierno federal quien llevó a cabo la aplicación de esta norma, aunque no por mucho tiempo.
Por último, hay que decir que este ensayo se preparó para su presentación en el III Seminario Internacional de Ciencias Sociales y Bebidas Alcohólicas Latinoamericanas, el cual se llevó a cabo aquí en la ciudad entre el 21 y 24 de mayo de 2014, organizado por diversas instituciones, entre ellas la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, El Colegio de San Luis, El Colegio de Michoacán y el CIESAS. [Fragmento]