Como le ha sucedido a otros, al cantautor de folk rock Sixto Díaz Rodríguez (Detroit, 1942), la fama le llegó tarde. Obrero de la construcción, a principios de los setenta grabó dos elepés que fueron un fracaso en ventas y se retiró de la escena dominada por Dylan, Cohen y otros. Al paso de los años sus discos comienzan a sonar en Australia, Sudáfrica, Rodhesia y Nueva Zelanda; realiza una gira en Australia y graba un disco en vivo; en Sudáfrica sus canciones se vuelven parte de la lucha contra el apartheid. Dado por muerto, reapareció tras un documental biográfico (“Searching for Sugar Man”) que ganó un Oscar en 2012. Sixto es el sexto hijo de un matrimonio que en 1920 emigró de la comunidad Labor de Bagres, situada unos 48 kilómetros de Santa María del Río, a la prometedora Detroit. Sixto a lo mejor nunca vino a conocer la tierra de sus padres, que en la actualidad no pasa de 40 habitantes. Murió este miércoles 9 de agosto a los 81 años, le sobreviven tres hijas.

Gerardo Ramos Minor*

Para entender al personaje hay que conocer su historia. Y Sixto Díaz Rodríguez, mejor conocido como Rodríguez, es el protagonista de una, verdaderamente increíble. Este cantante nacido en Detroit, Michigan, saltó a la fama gracias a la película “Searching for Sugar Man”, que en el año 2013 ganó el premio Oscar otorgado por la Academia de Artes y Cinematografía en la categoría de Mejor Documental.

            El filme, dirigido por Malik Bendjelloul, relata cómo este cantautor, sin saberlo, se convirtió en el estandarte en la lucha por la defensa de los derechos civiles y en contra del racismo en Sudáfrica en los años setenta y ochenta. Dato curioso de la historia es que mientras en el país africano sus grabaciones se distribuyeron por los millones —fue considerado más popular que Elvis Presley y los Rolling Stones—, en Estados Unidos apenas vendió una docena de discos. Este fracaso provocó que el cantante decidiera retirarse de los escenarios.

            No fue sino hasta que un grupo de fanáticos buscaron desenterrar la verdad sobre el exilio musical de Rodríguez que se dieron cuenta que estaba vivo (echando abajo las leyendas urbanas de que se había suicidado durante un concierto), residía en Detroit y trabajaba de albañil. El documental narra cómo a finales de la década de los noventa, el autor de temas como “I wonder” y “Sugar Man”, entre otros, visitó por primera vez Sudáfrica, donde se dio cuenta sobre la fama que gozaba. De hecho, todas las localidades de sus presentaciones en vivo estuvieron agotadas.

            A partir de entonces el fenómeno de Rodríguez ha crecido y el cantautor que hoy cuenta con más de siete décadas de vida, se ha presentado con éxito en escenarios de América, Europa, Asia y África, además sus dos discos: “Coldfact” y “Coming From Reality” fueron reeditados.

            Sin embargo, el galardonado documental apenas revela las raíces mexicanas del intérprete, quien nunca ha negado que sus padres son originarios de Santa María del Río, San Luis Potosí, un poblado ubicado en las faldas de la Sierra de Álvarez. Este lugar, famoso por ser considerado la cuna mundial del rebozo, la típica prenda mexicana que mujeres de todo el mundo han usado con orgullo, concentra tradiciones únicas que vienen por la mezcla de las culturas española, otomí y guachichil.

            La amalgama de tradiciones europeas y prehispánicas imprimieron en los residentes de esta zona una personalidad única que puede encontrarse en cada una de las letras de las canciones de Rodríguez: hablan de la justicia, la independencia, la vida cotidiana, y lo más alto y bajo del espíritu humano.

BUSCANDO A LOS DÍAZ RODRIGUEZ

La historia de la familia Díaz Rodríguez nació hace más de un siglo, en un caserío llamado Labor de Bagres, perteneciente al municipio de Santa María del Río, localizado en lo más profundo de las montañas del centro de México. En este lugar unos jóvenes llamados Ramón Díaz y María Rodríguez decidieron unirse y, posteriormente, en la década de los años veinte del siglo pasado, dejaron las montañas y abordaron un tren con rumbo al norte.

            Su viaje los llevó más allá del Río Bravo, hasta una ciudad llamada Detroit, Michigan, que en ese entonces disfrutaba las mieles de la cada vez más creciente industria automotriz. Acostumbrados al trabajo, la pareja no tuvo problemas para adaptarse a su nueva vida, a miles de kilómetros de las verdes montañas que los vieron nacer. Con el paso de los años la familia fue creciendo gracias a la llegada de seis hijos de los cuales Sixto, el menor, decidió dedicarse a la música.

            La distancia y el tiempo fueron guardando en el cajón de los olvidos la historia de Ramón y María, quienes nunca más regresaron a San Luis Potosí para visitar a sus familiares que, como el resto de los habitantes de esta área, dedicaron sus vidas a sembrar la tierra. Sin embargo, algo de la herencia mexicana de este clan aún puede encontrarse en la música que décadas más tarde Sixto iba a componer.

            Durante los primeros días del mes de septiembre del año 2013, un equipo de reporteros de Hora Cero, sin más pistas que los nombres de Ramón y María en sus cuadernos de apuntes, viajó a Santa María del Río para intentar encontrar los antepasados del cantautor cuya música le cambió la vida a toda una generación en Sudáfrica. La tarea era como salir a cazar fantasmas, pero de lograrse la recompensa iba a valer la pena.

LA CUNA DEL REBOZO

Un arco de concreto pintado con un color melón da la bienvenida a los visitantes de Santa María del Río, ciudad que ha sido denominada “cuna del rebozo”. Al entrar a este poblado, fundado el 15 de agosto de 1542, es inevitable pensar que el tiempo simplemente decidió detenerse o, al menos, le dio permiso a los minutos para correr mucho más lento. 

            Angostas calles de piedra, flanqueadas por antiguas viviendas de adobe, reciben a los visitantes que llegan atraídos por la enorme gama de artesanías que se ofrece en los comercios ubicados en todos sus barrios. Y vino el primer problema: en Santa María del Río los apellidos Díaz y Rodríguez son los más comunes. Decenas de estanquillos, farmacias, refaccionarias y hasta calles están rotulados con esos apelativos.

            Por recomendación de los residentes locales, el equipo de Hora Cero contactó a Guadalupe Díaz, un historiador aficionado que conoce, como pocos, todo lo que un visitante debe conocer sobre Santa María de Río. Mientras lo escuchan hablar, es inevitable pensar que este fotógrafo de profesión bien podría ser un pariente perdido de Sixto. Las sospechas se incrementan después de ver las fotografías de Guadalupe de cuando era joven; el parecido es impresionante.

            Para el historiador potosino no hay duda de que Rodríguez tiene sangre mexicana en sus venas. “Inmediatamente cuando lo vi (a Rodríguez), lo reconocí como parte de nuestra herencia guachichil de aquí, Santa María del Río”, sentenció. De acuerdo a Díaz, los guachichiles eran los integrantes de una combativa etnia indígena que junto con los otomíes fundaron el poblado durante la primera mitad del siglo XVI. A diferencia de sus vecinos, quienes eran bajos de estatura y complexión gruesa, los ancestros de Rodríguez eran altos, espigados y de nariz recta.

            Debido a lo común de los apelativos de la familia del cantante y por recomendación del historiador, el siguiente paso fue buscar en los registros de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, la más antigua e importante del municipio. Erigida el 4 de mayo de 1610, esta iglesia fue el centro de la vida en Santa María del Río y, por lo tanto, un paso obligado para cada uno de sus residentes cuyos bautizos, matrimonios y hasta decesos, quedaron anotados en sus registros.

            Tras una breve y nada complicada labor de convencimiento, el párroco autorizó a los reporteros revisar los libros de bautizos, matrimonios y confirmaciones en búsqueda de un Ramón Díaz o una María Rodríguez, nacidos durante los primeros años del siglo XX y quienes pudieron haberse casado durante la primer década de esa centuria. Al revisar los libros, de amarillas páginas pintadas por el tiempo, los reporteros comprendieron en toda su dimensión lo común que eran y siguen siendo los apellidos Díaz y Rodríguez.

            Cientos de Marías Rodríguez pudieron encontrarse en el listado y, para hacer la consulta más complicada, ni un solo Ramón Díaz. Si se hubiera estado buscando a un Juan o un José, las opciones se hubieran multiplicado por cien. La explicación llegó tiempo después de boca de Guadalupe Díaz: a principios del siglo pasado el peso de la Iglesia católica en la región era tan importante que el sacerdote opinaba prácticamente en todos los temas, incluso el nombre que iba a recibir una criatura.

            Es por ello que si el párroco consideraba que el apelativo que unos padres querían darle a su hijo no era lo suficientemente “cristiano”, podía optar por registrarlo con otro más acorde a las creencias católicas. Por lo tanto en esos años era muy común que un niño o niña tuviera en el acta de bautismo un nombre, diferente al del Registro Civil. Estas razones son las mismas por las cuales José, María y Juan hay a montones.

            Sin respuestas claras, se peregrinó por las calles de Santa María del Río preguntando a sus más antiguos moradores si recordaban a un Ramón Díaz o una María Rodríguez. Los esfuerzos fueron, otra vez, inútiles. Lo único que esta búsqueda arrojó fue saber que en esta parte de México, como en muchas regiones, la migración a la Unión Americana es un fenómeno mayor a un siglo. Prácticamente no existe nadie que no tenga un padre, hermano, primo o tío viviendo más allá de las fronteras mexicanas.

EN LO MÁS PROFUNDO DE LAS MONTAÑAS

Sin rastro de los Díaz Rodríguez, los reporteros contactaron a Juan Gerardo Jiménez, director de Cultura en el Ayuntamiento que gestionó ante el titular del Registro Civil una consulta para intentar localizar las actas de nacimiento de Ramón Díaz o María Rodríguez. El funcionario, quien también es aficionado al estudio de la historia, explicó que la migración a Estados Unidos es un fenómeno bien conocido en esta zona del país. Detalló que ya sea por carreta o por tren, los residentes de la zona viajaban hacia el norte con dirección a Nuevo Laredo o Matamoros para luego cruzar ilegalmente a la Unión Americana.

            Las distancias y lo complicado de las comunicaciones provocó que cientos de familias perdieran contacto entre sí, y era normal que una persona no volviera a saber de su ser querido. Por eso mismo las autoridades locales mantienen un programa denominado “Hijos Ausentes”, y utilizando herramientas como la Internet buscan no perder el contacto con las personas que se fueron a Estados Unidos o migraron a otra ciudad de México. En este proyecto existe un apartado especial denominado “Hijos Ilustres”, donde se hace un reconocimiento a todos los originarios de Santa María del Río que han sobresalido en algún aspecto de la cultura, política o la sociedad en general. El funcionario adelantó que Sixto Díaz Rodríguez es un candidato perfecto para ser considerado un “Hijo Ilustre”.

            Tras unas horas de espera, Jiménez informó que después de indagar en los libros del Registro Civil, se había encontrado el acta número 89, que detalla la inscripción de un niño y que cita:

En la ciudad de Santa María del Río a las 10 y media de la mañana del día siete de febrero de 1911 ante mí Francisco Berridi y Agida juez del estado civil de la misma compareció Agustín Díaz casado mayor de edad jornalero vecino de Labor de Vagres de este municipio y dijo que en el mismo punto el día 28 del mes próximo pasado a las 8 de la mañana nació una criatura del sexo masculino la cual presenta viva a esta Oficina y debe llevar por nombre Ramón Díaz hijo legítimo del informante y de Amada Martínez que vive. Abuelos paternos Pedro Díaz y Agapita Becerra finados. Maternos Lorenza Martínez finada. Fueron testigos Francisco Flores y Gregorio Gallegos casados mayores de edad jornaleros vecinos del imto leída la presente a los concurrentes y enterando en ella conformes no firmaron por no saber.

Doy fe

Francisco Berridi y Agida

El funcionario expresó que Ramón Díaz fue el único niño registrado con este nombre durante los primeros 20 años de siglo pasado, lo que ayudó en la búsqueda. En el caso de María, la madre de Sixto, las pesquisas se complicaron al no contarse con un segundo apellido que ayudara a facilitar su identificación. Aún así fue posible encontrar el acta de nacimiento de una niña llamada María Rodríguez, quien nació en el año de 1909 en un caserío llamado Las Lajas, muy cercano a Labor de Bagres. Por los años y ubicación de su terruño, esta mujer bien pudo haber sido la pareja de Ramón, mamá del cantante.

            Finalmente se tenía un dato relevante que ayudaría a seguir las pesquisas. El problema era que, de acuerdo al funcionario municipal, Labor de Bagres es una comunidad casi inaccesible, a donde se ingresa sólo en un vehículo todo terreno, pues no existen carreteras que atraviesen la sierra potosina. El inconveniente se salvó a las buenas artes del encargado de Cultura: logró convencer a un empresario local que facilitara a los periodistas un chofer y un vehículo con el que podían llegar hasta su destino.

AVENTURAS EN LA SIERRA

Ocho de la mañana. El sol apenas se asoma por las montañas que rodean Santa María del Río, pero no alcanza a calentar el ambiente. Una capa de nubes se lo impide. Una vieja camioneta Suburban se estaciona frente al hotel; descienden un par de hombres de claros rasgos indígenas que van a ser los guías en las montañas.

            La ruta hacia Labor de Bagres inicia en el camino a Tierra Nueva, una pequeña población que este día amaneció con la resaca de sus fiestas patronales. Perezosa, la ciudad apenas despierta, pero la actividad en el mercado local es intensa. Unos hombres alimentan con leños el fuego que calienta un cazo de cobre puro, donde pedazos de carne de puerco se van convirtiendo en chicharrones. Unos pasos más adelante, un par de mujeres manejan con maestría la masa que se convertirá en las gorditas que sirven de desayuno.

            Apenas y la camioneta abandona los límites de Tierra Nueva, el pavimento se convierte en un camino de tierra que siempre va hacia arriba. Mientras la Suburban va escalando las montañas por estrechos caminos de terracería, el escenario es espectacular. Las montañas, imponentes, ofrecen a los visitantes su mejor cara. Cada kilómetro que se avanza ofrece una fotografía diferente. Cascadas, barrancos, laderas de cerros coronadas con pinos y orquídeas, alegran la vista y hacen más placentero el viaje de la camioneta que a tumbos avanza lentamente.

            Las horas transcurren y el camino se vuelve cada vez más agresivo. Enormes rocas impiden el paso de los vehículos y cada cinco minutos es necesario que alguien baje de la Suburban para quitar un obstáculo o dirigir al conductor por la orilla de un acantilado. Alrededor de las dos de la tarde el guía informa que hay que bajar del vehículo y caminar unos kilómetros con dirección a la casa de doña Cira, una mujer que vive en medio de las montañas y conoce a todos por esta región. Sus consejos, asegura, serán valiosos.

            Agotados por caminar por más de media hora, el equipo encuentra alivio con el olor de las tortillas recién hechas y un plato de calabaza con frijoles negros que doña Cira ofrece a los viajantes. Mientras el grupo degusta su segunda —y más anhelada comida del día—, la mujer de edad indeterminada hace honor a su fama y revela que efectivamente en Labor de Bagres están los descendientes de los Díaz Rodríguez.

            “Ahí están, don Justo y don Juan Díaz. Ellos tienen toda la vida viviendo ahí”, aseguró. En la orilla de su parcela de maíz, la mujer señala a un grupo de pequeñas casas que a kilómetros lineales apenas pueden verse e indica: “Ahí es Labor de Bagres”. Generosa, se ofrece a guiar al grupo con dirección a la comunidad, una promesa que rompe minutos más tarde cuando, tras una pertinaz lluvia que comienza a caer sobre la sierra, decide que es mejor idea regresar a su casa para darle de comer a sus hijos. Nadie en la Suburban se lo reprocha.

‘NO, NI PA QUE…’

La lluvia cae furiosa sobre la camioneta y hace pensar que nunca se llegará a Labor de Bagres. De pronto los caminos en lugar de subir comienzan a bajar y el vehículo detiene su marcha en una pradera que es atravesada por un arroyo. “Ya llegamos”, dice el conductor. Es inevitable, todos los pasajeros se detienen un momento para contemplar el escenario que la naturaleza regala en esta parte de México, con enormes montañas resguardando un pedazo de tierra donde sus habitantes construyeron casas donde pasarán el resto de sus días.

            El maestro de la escuela informa al grupo que el domicilio de don Juan Díaz se encuentra unos kilómetros más adelante, pasando el arroyo. Alentados por la posibilidad de estar cada vez más cerca de su destino, a nadie parece importarle que para llegar a la casa es necesario cruzar un riachuelo que deja a todos con los pies y los pantalones empapados, y los zapatos con una gruesa capa de lodo.

            Tras unos minutos de camino, el grupo llega a una casa donde una amable mujer responde al saludo de los visitantes. Es la esposa de Juan Díaz. Desconcertados por la presencia de los extraños, la pareja les da la oportunidad de explicarles por qué han viajado desde tan lejos. Mientras escuchan la historia del primo que nunca han visto en su vida y ni siquiera sabían que era cantante, los ancianos van hilando en su mente las conexiones que los convierten en familia.

            Poco a poco los nombres van teniendo sentido hasta que, contundente, don Juan sentencia: “Aquí nacieron ellos, los papás y los abuelos (de Rodríguez)”. Aunque parco, el hombre de 70 años de edad relata que en este pedazo de tierra está el origen de todos los integrantes del clan. Con cierto dejo de orgullo revela que la casa original de la estirpe sigue en pie.  La construcción en cuestión es una vivienda de ladrillos de adobe coronada con un arco natural de bugambilias color lila. En su interior apenas unas hay una cama y unos cuantos utensilios colgados en la pared.

            Sentado en la orilla del lecho, don Juan parece sorprendido con la pregunta que le hace uno de los reporteros.

            —¿Usted se imaginó que uno de sus parientes iba a ser famoso?

            —No… ni pa qué, contesta sincero.

            De pronto don Juan saca de un cajón una vieja fotografía blanco y negro donde aparecen cinco hombres de sombrero. El de en medio, indica, es Agustín Díaz, su abuelo y por lo tanto, el de Rodríguez. Tras un breve recorrido por la propiedad y unas cuantas fotografías, los visitantes deciden despedirse de sus anfitriones que reciben gustosos los discos de “Coldfact” y “Coming to Reality”, grabados por el pariente que nunca han conocido. En el camino de regreso a Santa María del Río, nadie en la camioneta puede ocultar su emoción por haber encontrado lo que estaban buscando: las raíces mexicanas de Sixto Díaz Rodríguez.

            Fueron necesarias horas de frustraciones y un día completo en lo más profundo de la sierra de San Luis Potosí, pero al final estaban ahí: los parientes de uno de los más famosos cantautores en Sudáfrica. El círculo estaba completo, la historia que nació hace más de 100 años en un caserío de las montañas de México, finalmente regresó a su lugar de origen.

[*Es un periodista nacido en Torreón, Coahuila, comunicólogo por la UANL. Actualmente es subdirector editorial de Hora Cero, de Reynosa, Tamaulipas. El texto se publicó en ese quincenario y lo reproducimos con su autorización. Codirigió con Héctor Hugo Jiménez un documental sobre Rodríguez].

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