[INAH] Las entrañas de la tierra también se pueden leer. Conforme se abre un pozo de exploración arqueológica van surgiendo a la luz miles de datos por codificar pero no todos están a simple vista, algunos de los más importantes se tienen que buscar en los rincones más secretos del sedimento.
Bajo la lente de un microscopio, entre la masa de lodo, surge la fina espira de un caracol de apenas dos o tres milímetros. Quizá el más grande alcance los 0.5 centímetros. Es una muestra tomada de la séptima capa de tierra, ubicada a los 2.70 y 3.45 metros de profundidad. Ese estrato está repleto de diminutos caracoles de agua dulce. Conforme se baja a otros niveles, las conchas disminuyen en cantidad. Hacia arriba ocurre lo mismo, hasta el comienzo: una superficie árida que hoy se conoce como desierto chihuahuense, en el norte de San Luis Potosí.
El sitio de la colecta fue nombrado Rancho Córdova, donde exploraciones arqueológicas llevadas a cabo en 2016 recuperaron osamentas de fauna del Pleistoceno Tardío (la época geológica cuando aparece el humano moderno y suceden las glaciaciones: la Era de Hielo), posiblemente restos de mamut, asociadas con herramientas de lítica y gran cantidad de micromoluscos de agua dulce y terrestre.
Estos últimos han sido analizados en el Laboratorio de Arqueozoología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), donde la bióloga Norma Valentín Maldonado dio asesoría a la joven tesista en Arqueología, Jenniffer Gutiérrez Ramírez, para identificar y clasificar las especies colectadas como resultado de un proyecto de investigación desarrollado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), con autorización y supervisión del Consejo de Arqueología del INAH.
Rancho Córdova se localiza en el municipio de Cedral, San Luis Potosí, en el camino a Real de Catorce. Es una región con varios yacimientos fosilíferos pleistocénicos, debido a que en el pasado fue un lugar de abundantes manantiales que esporádicamente formaban una laguna, sustentando una vegetación distinta a la actual, de acuerdo con lo determinado mediante intensas investigaciones del INAH, realizadas desde 1977.
Entre ellos destaca de manera especial Rancho La Amapola, ubicado sobre el borde norte del poblado Cedral. Emblemático para los estudios de los primeros pobladores del continente americano a nivel nacional, pues es de los pocos sitios que conserva evidencias arqueológico-paleontológicas y corresponde al tiempo de transición entre las épocas Pleistoceno-Holoceno, con restos de actividad humana: una verdadera joya de conocimiento para los prehistoriadores.
Ahí se descubrieron restos de hogares fechados en 31 mil años, materiales líticos y restos óseos con claras huellas culturales. Rancho Córdova se halló a sólo cinco kilómetros de La Amapola, lo que lo ubica dentro del perímetro considerado como de alto potencial arqueológico y paleontológico.
La bióloga Norma Valentín Maldonado recuerda que durante 20 años, los arqueólogos Lorena Mirambell y José Luis Lorenzo Bautista hicieron recorridos intermitentes pero amplios por Cedral, y con el equipo del antiguo Departamento de Prehistoria se estudiaron diferentes aspectos de la región.
Una de las conclusiones a las que llegó dicho equipo de investigación es que se trata de terrenos con capas de origen lacustre y terrestre, indicador de periodos secos y húmedos, denotando la presencia de estanques de agua dulce. Mirambell visualiza esta porción de desierto como zona de manantiales, a donde acudían a beber tanto hombres como animales, muchos de los cuales ahí murieron.
Los micromoluscos son excelentes indicadores del ambiente, afirma la arqueozoóloga Valentín Maldonado. Es así que el estudio desarrollado en colaboración con la UASLP, arroja datos que vienen a reforzar las propuestas de Mirambell y Lorenzo, pues el hecho de que en la séptima capa estratigráfica se halla localizado una mayor cantidad de micromoluscos (172 de los 263 analizados) permite inferir su correspondencia al momento que el lago estuvo inundado.
A los resultados del trabajo de Mirambell y Lorenzo, ahora se suma un dato que refuerza aquella propuesta. Sin embargo, la bióloga destaca que los logros del estudio malacológico son parciales, pues hay que integrarlos a los análisis de fauna y flora para tener una idea global de lo que sucedía ahí.
La arqueozoóloga del INAH destaca que en Cedral se han obtenido fechamientos importantes. Las etapas más recientes corresponden a las capas más secas y conforme bajan los estratos de tierra, se encuentran las conchas de especies de moluscos que habitan en lagos, así como otros terrestres que viven cerca de fuentes de agua: es evidente cómo cambia la fauna malacológica conforme se va llegando a las capas más profundas, dice Valentín.
Jenniffer Gutiérrez Ramírez se hizo cargo de separar las milimétricas evidencias malacológicas (moluscos) de Rancho Córdova. De limpiar todo ese pequeño material arqueológico que salió de entre el sedimento: las conchas más grandes son de .5 centímetros, y las más pequeñas de entre dos y tres milímetros. La joven explica con la emoción de la primera gran experiencia profesional, que en principio retiró el sedimento de las conchas con agua-alcohol, un pincel de pelo muy fino y observándolas continuamente al microscopio para confirmar que quedaran pulcras para poder analizar todas sus formas.
Seguía separar los bivalvos (los que tienen dos valvas, como las almejas) de los gasterópodos (los caracoles con espiral). Nuevamente observó bajo la lente del microscopio, uno por uno, deteniéndose hasta en el mínimo detalle: los caracoles, por ejemplo, tienen diferentes grados de espira, con infinidad de formas: trompo, lapa… de ápice lizo u ornamentado. El adorno es variado, dice la arqueozoóloga Valentín Maldonado, pero tales atributos sólo se ven con el microscopio. Las categorías taxonómicas de la biología agrupan rasgos para hacer grupos, familias, órdenes, subórdenes hasta llegar al género, explica.
La tesista Gutiérrez Ramírez informa que en total se analizaron 263 ejemplares de micromoluscos. Se identificaron 14 especies: cinco de agua dulce, una anfibia y el resto terrestres. Aunque la mayor variedad fue terrestre, las más abundantes en número de ejemplares son las de agua dulce; tan sólo de una de estas especies se encontraron 172 ejemplares, localizados en la capa siete. La mayoría de los géneros son gasterópodos y sólo hubo un ejemplar del grupo de los bivalvos.
La bióloga Valentín Maldonado explica que los moluscos están compuestos por siete clases vivientes, cuatro de ellas representadas en los diversos contextos arqueológicos de México: gasterópodos (caracoles), bivalvos (almejas, mejillones), escafópodos (llamados “conchas colmillo” por su apariencia) y poliplacóforos (llamados “cochinillas de mar” pero semejantes a lapas).
Los cuatro grupos tienen conchas calcáreas por lo cual se conservan por miles de años. Esta capacidad de conservación ha permitido que se hallen en sitios arqueológicos durante las excavaciones, destaca la especialista.
Cedral es una ventana muy clara al Pleistoceno Terminal: en el sitio, el INAH ha podido realizar estudios de polen para determinar sus tipos de superficies; obtuvo uno de los registros más amplios de aves que se tiene para dicha época, y en sus escenarios paleontológicos se ha hallado gran diversidad de mastofauna, también estudiada, además de evidencias humanas de 31 mil años. Y ha sido fuente de estudio para las nuevas generaciones. Por todo eso se considera parteaguas en el desarrollo de la paleontología y la prehistoria en México: una gran ventana para conocer quiénes fueron los primeros pobladores.