Alejandro Landeros Rocha

Extraño parecerá que a estas alturas de la cuaresma haga todavía memoria de las fiestas de carnaval, y venga a perturbar el recogimiento en que habrán entrado para dedicarse a la purificación del espíritu, pero es que el carnaval —cabildo de disfraces ridículos, criaturas monstruosas e incluso satánicas, festejo que siempre se las ha ingeniado para introducirse en los espacios hurtados, nieto redivivo de las fiestas dionisiacas griegas y las saturnalias romanas— no es totalmente ajeno al tiempo y la cultura potosina; quizá no de idéntico modo pero tampoco resulta ser un invento. Desde el año de 1709 en San Luis Potosí, el fraile Antonio Margil de Jesús salió a la calle a predicar; a desengañar a los concurrentes de las vanas pasiones que en el carnaval buscaban. Esto es un informe sobre cómo empezó el combate de la iglesia católica en contra de la grandiosa fiesta de la alteridad gozosa en San Luis. Unos cien años más tarde, después de la independencia de México —aunque muchas de las disposiciones que habían tomado los gobiernos virreinales se hallaban en el olvido— el carnaval, que debía celebrarse como una gran fiesta, tenía mucho terreno perdido; el ayuntamiento de la capital potosina se sumó a los esfuerzos por desarraigar esta fiesta porque rompía con las disposiciones establecidas en la sociedad.

A finales del mismo siglo los informes de la época presentan un cuadro distinto; la prensa tomó partido en la condena a muerte del carnaval para la sociedad potosina.  En el presente trabajo perfilo algunas ideas que permiten situar el carnaval en el contexto de la capital potosina al término del siglo XIX (1890-1910), analizo su presencia en la capital del estado enmarcado en el periodo donde se forja “la paz porfiriana”, etapa que persigue la modernidad y una evidente asociación con el progreso; donde se vislumbra el último coletazo carnavalesco que guarda aspectos tradicionales de la cultura occidental, en el cual he encontrado aspectos característicos de lo cotidiano como medio para llegar a una definición de la sociedad decimonónica. Las publicaciones periódicas eran el vehículo por el que se daban a conocer las noticias a nivel local, nacional y del extranjero que eran luego tema de conversación y reflexión por parte de la sociedad potosina. Así la prensa adquiere la calidad de testimonio, del cual me parece importante reflexionar acerca del tipo de discurso y por supuesto el conocimiento del emisor responsable. Para la interpretación del carnaval en San Luis Potosí,  he recurrido a autores, cronistas y costumbristas que publicaron en la época acerca de actividades lúdicas emprendidas por la población,  asimismo destaca El Estandarte, como uno de los periódicos más importantes del siglo XIX que circuló en San Luis Potosí de 1885 a 1912 bajo la dirección de Primo Feliciano Velázquez.

El Estandarte estuvo vinculado al catolicismo, pero no era un órgano oficial de la iglesia católica; era una publicación comercial informativa que defendía postulados católicos y tomaba en cuenta variados temas sociales y políticos, se publicaban artículos de economía local y nacional, medicina, minería, historia y literatura, así como recomendaciones de moda y publicidad. La persuasión, es decir, la lectura de los concurrentes resulta de lo más instructivo pues revela la evolución por la que atravesaba la sociedad potosina, en los textos analizados aflora el estatus social, los códigos de urbanidad, destacan políticos, poetas, artistas, músicos, intelectuales y profesionales. Según Daniel Cosío Villegas, en el contexto mexicano de fin de siglo afirma que “en tanta cursilería había inteligencia, porque además de que hay mucho más que oropeles y mieles azules en los afanes afrancesados de la elite porfiriana, hay aún mucho más de nuestra era en estos afanes”, ya que al analizar el porfiriato como lo advierte Mauricio Tenorio Trillo “es inevitable no buscar continuidades económicas, sociales y políticas, casi sin querer, se va  descubriendo un fin de siglo mexicano que quedó vivo o que ha sido la base de mucho de lo ocurrido en la actualidad”, como es la ausencia de un carnaval contemporáneo en San Luis Potosí.

Así, intento encontrar una alternativa a las vinculaciones entre el carnaval clásico y la forma en que lo concibió la sociedad potosina, debido a los cambios forzosos provocados por las circunstancias sociales y culturales, alternativa que se expresa en el discurso intelectual con la introducción de formas costumbristas históricas imitativas y en una reglamentación de los usos que muchas veces no parecen estar libres de ideologías. Es interesante orientar mis esfuerzos hacia el estudio del papel que desempeña toda la carga ideológica del carnaval en la sociedad de San Luis Potosí, contando con la enorme suerte de que estas manifestaciones se expresan en todo momento a través del discurso de la época.

El carnaval

De todas las fiestas populares que el calendario marcaba el carnaval se diferenciaba por mucho de las otras; dentro de las celebraciones de carácter lúdico, el carnaval era uno de los eventos más esperados por la sociedad potosina, el revuelo era manifestado principalmente por los jóvenes de la élite pues en sus manos estaba el que este cumpliera el objetivo de lucir como ya hacía unos cuantos años no lo había hecho porque los festejos de carnaval en vísperas del cambio de siglo pasaban casi desapercibidos. El tradicional carnaval de tres días que precedía al miércoles de ceniza había cambiado de sentido y comenzó a llevarse a cabo de una manera más ordenada y con mayor respeto a las jerarquías sociales bien establecidas en la capital potosina. Se criticaba que el pueblo se disfrazara de autoridad e imitara a los de una clase social superior. Aunado a la moda de realizar bailes en los principales centros de reunión, teatros y casas particulares, se desterró el disfraz pues la campaña en contra de su uso parece haber fructificado según los relatos. Las referencias que he encontrado hablan de organización de fiestas o bailes de carnaval por parte de la Comisión de Diversiones Públicas del Ayuntamiento al cual,  con el afán de controlar el orden se presentaron diferentes dictámenes, donde se desplegaban las propuestas para reformar la organización de las fiestas carnavalescas porque  rompían con el orden establecido en la sociedad potosina.

El punto central de los carnavales de San Luis Potosí es la clara diferenciación social ya que los relatos muestran que en la capital potosina existía una sociedad caracterizada por una pronunciada diversidad y una compleja jerarquización social llena de contrastes de pobreza y riqueza. En esta sociedad tan heterogénea los estratos altos marcaron una división entre la población de “buen tono”, “decente” o aun “aristócrata” de la que formaban parte y la “chusma”, “leperada” o “baja sociedad”, términos que continuamente se utilizaron por parte de los redactores de las principales publicaciones de la época, al describir las formas de esparcimiento de la sociedad. Esta división se manifestaba de diferentes formas en cuanto al carnaval se trata; se describen formas y lugares de sociabilización. Los cronistas no olvidaron mencionar las calles, las nuevas colonias con las que se ensanchaba la ciudad, así como las referencias de casinos y clubes que proliferaban.

Un autor de la época relata que si bien, no estando “en la plaza Pópolo, ni en el Corso, ni en las calles del Babuino y de la Rippetta […] los balcones de la calle de Hidalgo se cimbran bajo el peso de los curiosos, y en las aceras se empujaba, se codeaba, se arrollaba la multitud, con algazara extraordinaria, con los vestidos de fiesta, con la alegría en el rostro, y esparciendo frases picantes, ingeniosas unas, audaces otras, y todas hijas del desenfado”, donde “la clase popular” era la que principalmente se exhibía;  en las mañanas de aquellos días en el costado sur del mercado. Se permitían libertades extraordinarias los mozos y mozas, los chicos y las jóvenes, “poniéndose éstas los peinados de mosaico con los agasajos, y perfumándose las ropas con detestable Florida o con pseudo Patchoulí”. A falta de las flores y grajeas —que se cambiaban en el tradicional carnaval de Roma— nuestro pueblo se arrojaba harina, cascarones, menudos recortes dorados y de vistosos colores, perfumes y flores de papel, se divertía con los tradicionales toritos en Santiago o en la Alameda que en ese entonces estaba invadida por los alegres niños; y donde las nodrizas ostentaban aún los cabellos salpicados de menudos recortes, como dice la redacción “a guisa de gloriosas cicatrices luego de la batalla de la mañana”, mientras un “mundo de curiosos recorría las calles de árboles en espera de las comparsas anunciadas”; nunca faltaron por eso las bromas, los dicharachos, las alegrías, las locuras y hasta las riñas. Sin embargo, como lo menciona otro autor —los que ocupan un peldaño arriba en la escala social— se hallaban favorecidos por el discurso; no resulta extraño que se dedicará mayor espacio a la descripción de sus maneras de esparcimiento y se criticara con frecuencia en las que participaban los sectores de la demás población.

En las primeras líneas el cronista siempre describía el arribo de los concurrentes —siendo las más de las veces— las familias López Hermosa, Sánchez Rivera, Sánchez Navarro, Barragán, Verástegui, Farías, Meade, entre otras; a donde tenía lugar el evento —ya fuese el Teatro Alarcón, el Casino Español, alguno de los salones de la Sociedad Potosina La Lonja o el Casino Obrero— asimismo daba exacta razón de  cómo era el adorno del salón  del baile, en el cual el decorador (adornista llamado así en la época); había puesto todo su empeño  para que su inventiva, elegancia y belleza impresionara y causara la sorpresa de la concurrencia. Aunque los preparativos se iniciaban desde los hogares,  con la selección de la indumentaria, que causaba  mucho entusiasmo sobre todo a las mujeres de la élite, pues estas —damas y damiselas— “hasta la más descolorida daba sentido a la decoración; porque ellas mismas eran decorativas con su lujoso atuendo”. Las llamaban: “El paraíso de Mahoma esperado por los creyentes, delicioso mariposeo de flores aladas, flores animadas, mariposas disfrazadas de mujeres, erguidas palmeras”, un sinfín de halagos. Cabe destacar que la presencia de las mujeres en las descripciones que se hace del carnaval trascienden a considerar a estas objeto de belleza, pues el “bello sexo”, muchas de las ocasiones de carnaval era el que emprendía los por demás mencionados “bailes de fantasía” que transformaban los espacios dirigiendo el trabajo de decoradores, pintores, jardineros, muebleros, tapiceros, cocineros, meseros, cantineros, maestros de baile, directores de baile y orquesta, músicos, modistos y costureras.   Nada del vestuario se quedó fuera de las descripciones, trascendente o no, tampoco se olvidó a los caballeros.

Las descripciones dicen que los trajes más utilizados en las fiestas carnavalescas eran los de aldeanos, romanos, moros, guerreros medievales y diversas flores, aunque posteriormente sólo gustarán de utilizar elegantes vestidos, antifaces y máscaras ad hoc el tema del baile. La descripción sobre la importancia de los disfraces sirve para aproximarse a cómo se va imponiendo la moda ajena a los tradicionales carnavales. Los antiguos disfraces de moros y cristianos se dejan de usar para dar paso a los dominós de tafetán y al uso del disfraz. La diversión se iniciaba desde la selección de la indumentaria, por lo que algunos visitaban las peluquerías, tiendas de modas y otros negocios para alquilar un disfraz, una peluca, la imprescindible máscara o un dominó. Los que contaba con más presupuesto llamaban a la costurera de casa para que les confeccionara un traje especial, de ahí es interesante que la sección de moda dedicada a las mujeres o “bello sexo” presentara un auge y publicara diferentes ideas de modelos para los bailes.

Como los autores lo advierten, unos se divierten con esa “algazara de la mañana, mientras muchos ansiaban la llegada de la tarde para espaciar a su turno el ánimo bajo el disfraz y detrás de la careta”, ya fuese en el Alarcón que antes de 1900 era el teatro principal de la ciudad, o en La Lonja, uno de los más famosos centros sociales a nivel nacional. Igualmente “en las casas distinguidas, donde las esencias impregnaban la atmósfera de las boudoirs, escapándose de las ánforas en suavísimas ondas, que iban a envolver los elegantes tocados de las damas de las familias o personalidades más importantes de San Luis Potosí […] De los más mencionados eran los emprendidos en la casa del Sr. Diputado Macedonio Ortiz o los que ofrecía el Sr. Magistrado D. Joaquín Villalobos donde se reunieron también en alegre tertulia varias estimables familias. Pasaron buena parte de la noche entre el ruido y el festín y las notas del baile, dedicando así algunas horas de la vida a las alegres expansiones cuando El Viceconsulado de Portugal obsequiaba también a sus amigos con elegantes saraos.  El señor Jorge Unna y su estimable esposa reunían en sus salones a casi toda la colonia alemana y otras distinguidas familias para despedir al carnaval […] entregándose por algunas horas al placer de la voluptuosa danza y del vertiginoso vals”. Los bailes terminaban a altas horas de la noche, si es que el entusiasmo no duraba hasta las primeras horas de la madrugada, pues al día siguiente, miércoles de ceniza, las predicaciones cuaresmales empezaban en la Catedral, y habían de olvidarse las mundanas emociones de anteriores días hasta después de las Pascuas, ya que la gaceta de El Estandarte invitaba a las instrucciones religiosas por parte de la iglesia católica. Aunque también hay descripciones de los que seguían por lo menos un día más de fiesta.

Reflexiones finales

El discurso intelectual emitido por parte de los cronistas de la época,  es una de las fuentes más rica para conocer cómo fueron las actividades durante el carnaval de la transición de los siglos XIX y XX en San Luis Potosí; he podido observar que la sociedad de San Luis, que en su mayoría se regía por el calendario de la cultura occidental, significaba figurar en distintas celebraciones, ceremonias y demás actividades lúdicas de la época, lo que bien indica el manejo de tiempo y conocimiento de los espacios de esparcimiento. La élite desarrollaba las actividades mencionadas, comenzando desde sus hogares, los teatros y  principales centros de reunión, espacios donde se cumplían con diversos requisitos para determinar la asistencia que era del agrado.

Con este análisis —que merecer ser revisado a profundidad desde distintas vertientes— rescato también las modificaciones que se presentaron en las celebraciones de carácter público, pues el carnaval remite a la época colonial, los periodos de este tipo de festejos se acortaron y se incluyó mayor interés en portar una indumentaria adecuada al evento, la idea de hacerse de un disfraz importaba no solo a los participantes de los festejos carnavalescos, también interesaba a los comerciantes, sastres y costureras, que se veían demandados por la temporada. El Estandarte, por ejemplo, además de publicar artículos de costumbres e incluir una corriente literaria de moda, perseguía la finalidad de órgano informativo de San Luis Potosí, registrando las costumbres, tradiciones y demás actividades de la población en sus diversas estratificaciones sociales. Es evidente, que los autores que se publicaron manifiestan una conciencia de clase bien definida; los personajes aparecen tamizados; presentan una visión de la élite de la época, donde toman parte los relatos que incluyen la temporada de carnaval.

Bibliografía

Matilde Cabrera Ipiña de Corsi y María Buerón Rivero de Bárcena, La Lonja de San Luis Potosí. San Luis Potosí, s/f.

Sonia Pérez Toledo, Gran baile de pulgas en traje de carácter: Las diversiones públicas en la ciudad de México del siglo XIX, Archivo Histórico del Distrito Federal, México, 1999.

Mauricio Tenorio Trillo, El porfiriato, Fondo de Cultura Económica, México, 2007.

Juan Pedro Viqueira Albán, ¿Relajados o reprimidos. Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces, Fondo de Cultura Económica, México, 2001.

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