La gente iba en masa el 24 de junio a los ríos España, Santiago y Paisano con la fe de que se bañaría en las aguas santas del Jordán; era un día de campo familiar con comida, vino, música, canto, baile y juegos ante el ojo de la autoridad enfocado en los bañistas de ambos sexos para evitar que ofendieran con su desnudez.
De la vida cotidiana del siglo XIX, el historiador Manuel Muro Rocha (1839-1911), autor de la Historia de San Luis Potosí, desde 1810 hasta nuestros días, nos dejó un amplio registro en periódicos y en el libro Miscelánea potosina(1903).
Criticado por los conservadores de su época y posteriores por sus deficiencias en el oficio de historiar y su cercanía con el poder, tuvo el acierto de narrar las costumbres, tradiciones y creencias de los potosinos, de las que no se ocuparon otros historiadores.
Hombre de su tiempo, se enroló en el bando liberal en la Guerra de Reforma y luego fue partidario de la revuelta tuxtepecana, desarrolló una larga carrera en la función pública, fue gobernador sustituto del general Escobedo y como jefe político de la capital le tocó emitir el decreto que declaró presidente a Díaz; también fue regidor, diputado, periodista, hotelero y dueño de los baños “El Jordán”.** Su hijo del mismo nombre fue asistente del gobernador Carlos Díez Gutiérrez. En el siguiente texto de 1908 narra la celebración del día de San Juan Bautista en las huertas y ríos de la ciudad, lamenta la pérdida de la tradición, las sequías y la falta de higiene de la población. [JP]
MANUEL MURO
Hacía mucho tiempo que no se veía en San Luis un día de San Juan de Bautista como el de antier, nublado, fresco; con tiempo magnífico para días de campo en Morales, en la Presa, en las huertas de Tequisquiapam, Santiago, Tlaxcala y Soledad o en las vegas de la Cañada de Lobo.
De más de treinta años a esta parte que San Luis ha sufrido un cambio climatológico notable por el desorden de los elementos en las estaciones del año, solo hemos visto y sentido en el día del precursor de Jesucristo, un sol abrasador, un calor sofocante, pero nada del agua del cielo que en remotos tiempos llenaba los cauces de los ríos cercanos a la población.
Desde mayo empezaban las nubes a enviarnos a la vivificadora de la tierra, de suerte que para el día de San Juan, las huertas de los pueblos que rodean la ciudad, se encontraban en plena vegetación, los árboles cargados de fruta y ostentando con magnificencia y boato los distintos verdes de su follaje.
En mi juventud, en una serie de veinte a veinticinco años, no recuerdo que haya llegado un día de San Juan sin que en los tres ríos, España o del Santuario, el de Santiago y el del Paisano, no corriera agua con más o menos abundancia.
Era una costumbre muy arraigada en San Luis, como lo es todavía en México, que toda la gente de la clase media, llamada así porque no tiene mucho dinero, y la del pueblo industrial y jornalero, se bañaran en el río de Santiago o en el de Santuario o el de San Juan, y no eran pocas las gentes acomodadas que seguían la propia costumbre. Las familias de esta clase y las de media, pedían permiso a los dueños de las huertas situadas en las márgenes del río para pasar en ellas el día, o solo para bañarse y regresar luego a sus domicilios.
A las siete u ocho de la mañana empezaban las familias a salir de sus casas para dirigirse al río en carruajes, caballos, burros o a pie, llevando criados con grandes canastas surtidas de comestibles, vinos y frutas.
A esa ahora ya se veían de vuelta para San Luis, a las gentes que habían ido a bañarse entre las cuatro y las seis de la mañana, luciendo las muchachas sus largas y sedosas cabelleras rubias, negras o castañas, tendidas sobre las espaldas, formando pintorescas y brillantes ondulaciones.
A las doce de la mañana estaban llenas de bañistas las márgenes del río cubriéndose de las miradas de los paseantes que recorrían los callejones por fuera de las cercas, con grandes lienzos del tamaño necesario, detenidos en las ramas de los árboles.
Esos baños de inmersión eran, además, motivos de juego para todos los bañistas, hombres y mujeres, pues cuando la creciente del río no era muy fuerte, se divertían arrojándose agua a los rostros y haciéndose otras travesuras sencillas con lo cual gozaban grandemente.
La gente del pueblo se repartía en todo el cauce del río, confundidos los sexos y las edades, pero cuando había autoridades que cumplían con su deber, mandaban agentes que cuidaran de que los bañistas, hombres y mujeres, no ofendiesen la moral pública con la desnudez de los cuerpos, obligándolos a que se cubrieran convenientemente o los hacían salir del agua.
Toda esa gente de todas las clases sociales, después del baño comían a la orilla del río en las huertas o casas que ocupaban; la mesa era el mismo suelo sobre el que tendían alfombras o petates y encima los manteles, sentándose alrededor de la misma mesa los comensales, que prorrumpían en gritos y cantos de alegría.
Acabadas las comidas, se oían en toda la extensión de las riberas, los acordes del arpa y de la flauta, convirtiéndose la extensa mesa rústica en sala de baile; por supuesto no faltaban las canciones populares acompañadas de la guitarra sétima, tan en boga en aquel tiempo.
Al pasar una vez cerca de unos de esos grupos del pueblo medio, oí que un joven de afinada y robusta voz cantaba una de esas canciones, de la que puede retener la siguiente cuarteta, que no sé si serán versos, pero que pinta el color de las fiestas de aquella época:
Las mañanas de San Juan
que contigo pasé,
Mientras Dios nos preste vida
Jamás las olvidaré.
Al caer la tarde se retiraban todas las gentes acompañadas de las músicas y cantando por las calles reales de Tlaxcala y Santiago, hasta llegar a las orillas de la ciudad, donde los serenos impedían ya esas manifestaciones de regocijo.
Aunque el día anterior fue igual a los de San Juan de antiguos años, pues no faltó ni la lluvia de la tarde después de un hermoso tiempo, no hubo, sin embargo, la pintoresca vista del río en el paseo a él entonces acostumbrado, porque el agua que nos ha enviado el cielo se ha detenido en la cortina de la presa. Por este motivo, muy pocas se verán en el río grandes avenidas, pues será necesario para ello que la presa se llene y se derrame en gran cantidad; y como no hay otras partes donde la gentes, y principalmente las mujeres vayan a buscar el agua corriente, que según la creencia vulgar, en el día 24 de Junio, tiene las mismas propiedades que las aguas del río Jordán, y como ahora ha sido un caso raro que haya llovido en el mes de Junio, no volverá la costumbre de que las gentes, para hermosearse el cutis y el pelo, se bañen el día del Bautista, y lo más lamentable, que se están ya habituando a no bañarse en ninguno de los meses del año.
*El Estandarte, 26 de junio de 1908, p.2
** Rasgos biográficos del historiador potosino don Manuel Muro, Nereo Rodríguez Barragán, Separata del número 54 de Letras Potosinas, UASLP, 1965.
[Este texto se publicó en La Corriente 31, septiembre-octubre 2014]