Javier Padrón

A mediados del siglo XX transformó este solitario lugar en un espejo de su espíritu avasallante. Erigió una mansión a un lado de la carretera a Ciudad del Maíz, un conjunto arquitectónico funcionalista con múltiples habitaciones, biblioteca, bar, alberca, frontón, boliche, campo de tiro, las paredes cubiertas de sus piezas de caza de África y el norte de México, murales realizados por dos discípulos avanzados de Diego Rivera y una pista de aterrizaje. El mundo en sus manos.

Este hijo rico de la posrevolución pensó en todo, no dejaba cabos sueltos para cumplir sus metas. Abrió una gasolinera, un restaurante, una tienda y una escuela, construyó casas para sus empleados y por petición de su madre, Martha Casanueva, una humilde capilla dedicada a la virgen de Guadalupe: El Tepeyac.

Perforó pozos, cultivó alfalfa, trigo y algodón. Con su capital bajo sospecha la tierra yerma se volvió fecunda y el campesino depauperado por el gobierno vio en el magnate Jorge Pasquel (1907-1955) a un redentor cuando era el prototipo del empresario favorecido por el presidente Miguel Alemán.

Pasquel adquirió el Tepeyac en 1946, llamado antes Santo Domingo, ubicado en medio de la nada y cuyo único referente era que tenía una mezcalera, de la que hay vestigios detrás de la mansión.

Por la proximidad de las sierras de El Puerto y El Cerro Grande, en las que rebosaban venados, jabalíes, gatos montés, víboras, coyotes, águilas y codornices, desde años atrás conoció este sitio bajo la guía de su cuñado Teódulo Manuel Agundis, oftalmólogo potosino, cazador consumado como él y a la postre su biógrafo oficial.

Las condiciones políticas locales también jugaron a favor de Pasquel. Recibió todas las facilidades del gobernador Gonzalo N. Santos que compartía su entusiasmo por las armas, la caza, el tráfico aduanero, el acaparamiento de tierras y el negocio del ganado de engorda.

La escasa población del Tepeyac conoció de manera efímera el eco del desarrollo alemanista, del proyecto de Pasquel solo quedan ruinas y los murales, realizados por Rosendo Soto Álvarez y Jorge Best Berganzo, que se resisten por su buena hechura a la inexorable destrucción del tiempo y abandono. Soto y Best pertenecieron a la Escuela Mexicana de Pintura.

Portada de la edición 28.

El primer mural se llama “Ritual de una alegoría”, es de 1955, representa la aparición guadalupana y la conquista espiritual de la masa indígena que no fue tan pacífica, está sobre la parte trasera del frontón y que es la más visible, por su altura, de toda la mansión. Ese mismo año murió Pasquel en un accidente aéreo en la Sierra del Abra Tanchipa (Ciudad Valles, Tamuín, SLP, Antiguo Morelos y El Mante, Tamaulipas) dando pie al mito de que junto con él murió una de sus amantes, la actriz Miroslava Stern, cuya muerte se atribuyó de manera oficial a un suicidio por despecho al enterarse del matrimonio del torero español Dominguín —con el que supuestamente tenía una relación amorosa— con la italiana Lucía Bosé.

Al año siguiente el hermano de Pasquel, Bernardo, quiso honrarlo con otro mural que les encargó a los mismos artistas y fue titulado “Transformación del Tepeyac”,  de mosaico veneciano de tesela y en el que Jorge aparece en varias facetas —cazador, agricultor y constructor— sobre el paisaje de esta comunidad de Ciudad del Maíz que desde su trágica muerte no parece dejar el letargo por su ausencia.

Soto hizo otros murales por encargo de la familia Pasquel en sus propiedades del Distrito Federal. Best realizó diversas obras en edificios públicos, fue director de la Escuela de Diseño y Artesanías de Bellas Artes.  Ambos aprendieron y trabajaron con Rivera, Orozco, O’Gorman, Chávez Morado, entre otros.

A la mansión de Pasquel, a sus ruinas,  se puede acceder sin problema si tiene la suerte de no toparse con un grupo de hombres armados que le cierren el paso, como le sucedió hace unos años a un reconocido historiador del arte que quería hacer un estudio de los murales para incluirlos en la historia de la pintura potosina. [El texto completo lo puede leer en la edición impresa]

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