En estos tiempos de crisis hídrica, calores y golpes de pecho, bien vale recordar el espíritu de progreso que animó a la ciudad en 1835 para dotarse del primer sistema de distribución de agua a través de un canal que provenía de la Sierra de San Miguelito (ahora bajo el acecho inmobiliario que pretende revocar la declaración de Área Natural Protegida) y llegaba hasta la Caja del Agua de la Calzada de Guadalupe, ahora convertida en el monumento más icónico de la ciudad.
Diseñada por el artista José Guerrero Solachi y ejecutada por Juan Nepomuceno Sanabria que no cobró por su trabajo, la obra fue iniciada por el primer gobernador tras la independencia, Ildelfonso Díaz de León, y concluida en el gobierno de José Guadalupe de los Reyes; los fondos públicos no fueron suficientes y se recibió el apoyo generoso del rector fundador del Colegio Guadalupano Josefino, el teólogo Manuel María Gorriño y Arduengo, conspirador insurgente antes de ser sacerdote y autor del primer proyecto de la Constitución del Estado.
La Caja del Agua dio servicio muchos años a las familias potosinas y fue desplazada cuando se abrieron las compuertas de la presa San José a principios del siglo XX, otra proeza del espíritu potosino para contar con una red de agua potable y mejorar los niveles de salud e higiene de la población. En el presente la sequía se prolonga como un azote por no haber actuado hace décadas con planeación, obras y respeto al medioambiente; y cualquier chubasco lo vemos como un instante de gloria.