Inocencio Noyola
La estación. Son casi las ocho de la mañana y la estación se está llenando de gente con caras donde se refleja la alegría, algunos con preocupación, pero la mayoría tiene dibujada la sonrisa que significa la idea de subirse al tren que nos llevará a nuestro destino. Se escuchan risas, gritos y saludos, se ve gente que se mueve rápido para comprar sus boletos. Las puertas de los andenes aún se encuentran cerradas y algunas personas se asoman entre las rejas de metal para ver el patio donde se encuentran las vías con el nombre de los lugares a donde se dirigen los trenes que se ubican según su destino.
Se alcanza a leer: Aguascalientes, Tampico, Nuevo Laredo, México. Cada lugar despierta la imaginación de una aventura, viajar en el tren es toda una experiencia por cada hecho que puede ocurrir durante el trayecto.
Entre la gente se observan bultos, maletas, cajas, algunos velices y petacas; mochilas deportivas rodeadas por jóvenes que, lo más seguro, viajen a las cascadas de Tamasopo; niños que corren y otros que están cerca de sus padres. Los que encontraron un lugar donde sentarse no lo quieren dejar por nada, lo cuidan como un bien único. La fila de gente que adquiere su boleto crece y se achica según como lo vaya comprando; otros viajarán con su pase obtenido por algún familiar que trabaja en el ferrocarril.
Cada vez hay más gente que se acerca a la puerta de metal, cuando falten algunos minutos para salir, será abierta y todos los viajeros correremos para alcanzar un lugar para ir sentados, los boletos no están numerados. Hay bullicio y gritos por todos lados.
La estación muestra su arquitectura de los años cuarenta, con sus oficinas en las que trabajan el superintendente, los despachadores y el jefe de despachadores. En las salas de espera lucen agradables murales. En la primera sala, inmediatamente a la entrada, se observa del lado derecho un mural con diversas fachadas de edificios característicos de San Luis: Caja de Agua, Real Caja, el teatro de La Paz, la Catedral, el Carmen, la Compañía, las chimeneas de Morales y entre una sierra, la cortina de la presa de San José. Del lado izquierdo sobresale un mapa del estado con el trazo de las vías y diversos dibujos sobre su producción agrícola y minera.
En la segunda sala se encuentran los murales del pintor Fernando Leal, del lado derecho se encuentra el del triunfo de la locomotora, se observan diversos medios de transporte, desde las literas y las recuas hasta las diversas locomotoras. Del lado izquierdo se encuentra una imagen que representa el sueño de los potosinos desde el siglo XIX, un medio de transporte que lo uniera al puerto de Tampico (representado por un navío llamado “Faja de Oro”) donde se ve una máquina y gente de diversas clases sociales.
Se escucha que se están acercando los vagones en el andén y la gente cada vez se halla más excitada y se arremolina en la puerta. Si alguien tiene suerte y un familiar que trabaje en el ferrocarril, de seguro ya tendrá un lugar reservado en el vagón, pues un buen ferrocarrilero tiene que procurar que su familia viaje cómoda y sentada en todo el trayecto, corto o largo, pero que vaya cerca de la ventana y sentado. La ventaja es que iré a Cárdenas, a ver a mi familia. Tengo tiempo que no viajo en tren aunque de niño lo hice varias veces.
Hay ocasiones que alguno de los trenes que tenga otro destino llegue retrasado y se junten dos que casi puedan salir a la misma hora; en estos casos, hay que tener cuidado para no subirse en el tren equivocado. Bien puede suceder que uno vaya para Tampico y se suba en el que vaya para México. Aunque no es muy común, hay días en que puede pasar, cada tren tiene horarios distintos de salida.
Se observan los muros que separan la estación de las calles aledañas; y entre esos muros se ven las hileras de columnas que soportan el techo que cubre los andenes, donde hay protección de la lluvia y del sol.
La puerta se abre y en un suspiro la gente corre para abordar los vagones y encontrar un lugar cómodo y cerca de la ventana. Estar cerca de la ventana es un privilegio, si ésta abre bien, lo seguro es que tendremos no sólo una vista del paisaje y de las estaciones que iremos pasando, sino que también gozaremos de aire fresco y, en algunos lugares, podremos comprar algo de comida de la gente que se acerca a vender en cada estación por la que se pasa. Lo que a veces se puede ahorrar en la compra del boleto por ser muy económico, se gasta en la comida y antojos que degusta uno en cada estación. En el andén se colocan cuatro coches para pasajeros, uno del exprés y otro más para el correo. El ferrocarril es, en algunos lugares, el único medio de transporte para que la gente reciba paquetes y cartas, además de brindar la oportunidad de romper la monotonía de algunos lugares algo secos por los cuales atraviesa.
Los vagones
Hemos encontrado un buen lugar, pues me toca ir en la ventana de acuerdo con la dirección del tren. Esta sensación de ver lo que se acerca es mejor que ver lo que ya pasó; además, tengo un lugar del lado izquierdo, que es la dirección del tren que va para Tampico, lo cual me permite ver las estaciones que pasaré y si quisiera comprar algo en Cerritos, le podré pedir al vendedor que se acerque a la ventana para adquirirlo. Regularmente las estaciones del tren están para ese lado, del lado izquierdo del trayecto. Veré los nombres de cada una de ellas cuando pase y observaré a la gente que sube y baje del tren.
El vagón ha tenido mejores momentos. Ahora que viajo (enero de 1994), los vagones ya se ven viejos; algunas ventanas no cierran bien y de los baños mejor no digo nada. Se los dejo a su imaginación. Se escucha el pitido de la máquina anunciando la partida de este tren que trae siempre muchos recuerdos y añoranzas. Inicia su ligero movimiento de marcha, con un ligero bamboleo, y se ven pasar los carros y vagones de trenes parados en las vías que forman parte de la estación. Detrás del muro, de lado izquierdo, se observan las casas ubicadas en el centro, sobre la avenida 20 de Noviembre, y del lado derecho, las del barrio del Montecillo. A los costados, se observan carros de carga. Poco a poco toma velocidad el tren y se escucha el pitido de la máquina.
Algunas veces, el tren no es sólo de pasajeros, sino también mixto; esto quiere decir que puede llevar coches de pasajeros y carros de carga. Hoy tenemos suerte, sólo es de pasajeros. Además hemos salido a tiempo de la estación, son casi las ocho de la mañana, lo cual significa que si no hay contratiempos, estaremos llegando a Cárdenas después de las 12 horas.
Las estaciones
Viajar en tren, como lo dije, resulta una aventura. Son un poco más de cuatro horas de la ciudad de San Luis a Cárdenas. Pero si se va sentado y comiendo, las actividades en el mismo vagón y ver la gente en las estaciones y el paisaje, lo distraen a uno. Poco a poco los vagones no sólo se llenarán de gente, sino también de ruidos, gritos, olores y una variedad de historias y anécdotas.
El paisaje que recorre el tren de San Luis Potosí a Cárdenas bien se puede dividir en tres. Claro, que si uno viaja de Cárdenas a Tampico, se pasará por uno de los paisajes más hermosos que hay en los recorridos por tren en este país, cuando de Cárdenas se tiene que cruzar la Sierra Madre Oriental para llegar a Tamasopo y Ciudad Valles. Toda una obra de ingeniería que cruza túneles y ríos, para bajar por el cañón de Guerrero a Tamasopo y pasar por el Espinazo del Diablo, y posteriormente seguir de este lugar a Ciudad Valles y cruzar cañaverales y ríos, y las hermosas cascadas de Pago Pago o Micos. Pero hoy sólo iremos a Cárdenas.
No tarda en pasar el auditor, la persona que revisa los boletos; observa que todos traigan los suyos. En cada estación lo veremos pasar varias veces por el vagón para comprobar que nadie viaje gratis; venderá boletos y les llamará la atención a los que lleguen a obstruir los pasillos o a aquellos que no acomoden bien sus cajas, maletas o bultos. Poco a poco el vagón se llenará de gente, con sus ruidos y olores. También pasará el agente que aprovechará para vender algunos de sus productos, como revistas, periódicos, comida y refrescos helados, pues con el transcurso de la mañana, se sentirá el calor.
Al salir de la ciudad de San Luis el tren atraviesa nuestro primer paisaje: las llanuras secas del Altiplano potosino, cubiertas por mezquites, huizaches, nopales y yucas. Sobre este tramo de la vía se ubican diversas estaciones que, cuando se construyó el ferrocarril a finales del siglo XIX (inaugurado en 1890), las haciendas les dieron su nombre, de las cuales hoy quedan sólo sus nombres: La Tinaja (o Techa), Ventura, Corcovada, Pozo, Peotillos y Silos.
Cerca de los cascos de las haciendas, los propietarios mandaron a construir las estaciones, lo cual favoreció el comercio de estas haciendas con la ciudad de San Luis Potosí y el puerto de Tampico, y con otros lugares. En cada una de estas estaciones se ve subir y bajar gente, aunque donde suben más es en Pozo, pues cerca de aquí se encuentra la cabecera municipal de Villa Hidalgo. Aquí también sube la gente que viene de otros lugares y traen sus molcajetes para vender entre los viajeros. Cuando es tiempo de garambullos, sube la gente con canastitas cubiertas de esta fruta que se da durante el cálido verano del Altiplano.
Silos es la última estación de este Altiplano seco, pero que durante algunas semanas del año se cubre de blanco por las chochas que se encuentran coronando las yucas, o del amarillo de los huizaches cuando florean y del rojo de las tunas cardonas para hacer colonche o de las que se elabora el tradicional queso de tuna, dulce que da identidad a San Luis Potosí. Aún con esta aridez que se ve desde la ventanilla del tren, el Altiplano ofrece sus frutos en cada época del año, frutos que uno puede adquirir durante el viaje. Otro producto que se vende y es para degustar son las gorditas de horno, con su dulce olor y mejor sabor.
En el siglo XIX, los hacendados de Peotillos y Silos construyeron mesones cerca de las estaciones del tren para dar servicio a los viajeros, de las cuales hoy sólo se observan ruinas entre la vegetación.
Al dejar Silos, se inicia la subida de la sierra, que recibe varios nombres de acuerdo al lugar donde uno se encuentre: de Álvarez, El Tablón, Guadalcázar, por citar las más conocidas. Esta sierra separa el Altiplano de los valles interiores donde se ubican las cabeceras municipales de Cerritos, Rioverde, Villa Juárez y Cárdenas. Durante muchas décadas, desde inicios del siglo XIX cuando se erigió el estado de San Luis Potosí, hubo diversos proyectos para construir un paso entre el Altiplano y estos valles y poder comunicar la ciudad minera con los valles fértiles del río Verde y sus afluentes y posteriormente con Tampico. Al inicio se construyeron caminos y el ferrocarril fue la culminación de este largo proyecto acariciado por autoridades y hacendados. Sobre la carretera que va de San Luis a Cerritos aún se encuentra el antiguo Puerto de San José o San José, y sobre la vía del tren se hallan las estaciones de Villar, La Joya, Montaña y la última de estas estaciones, Cerritos, ya en los valles. Montaña trae recuerdos, pues aquí ocurrió uno de los accidentes más trágicos a inicios de agosto de 1981.
Pero dejemos los recuerdos tristes y hablemos de una de las tradiciones más añejas en este recorrido: las gorditas que se venden entre estas estaciones. La gente que sube en el tren en la ciudad de San Luis sabe que en el trayecto le espera un rico desayuno de gorditas. Cuando el tren está por llegar a las estaciones de Ventura, Corcovada o Montaña, los conocedores se acercan a la puerta para ayudar a las señoras a subir, las cuales cargan con varias cubetas repletas de gorditas que en unos cuantos y breves minutos las venderán entre los viajeros. Hay para todos los gustos; algunos prefieren las de Ventura y otros se esperan a las de Montaña.
Para este momento y después de varias estaciones, ya no queda lugar en los vagones. Hay varios que van parados tomados de los asientos o del porta equipaje, que son tubos ubicados arriba de los asientos repletos de maletas, bultos, cajas, costales y quien sabe qué cosas más.
Hemos llegado a Cerritos; es media mañana y hay gente que hasta aquí llega pero también están los que suben para iniciar su viaje. Entre los vendedores hay gente que grita pacholes, chancaquillas, gorditas. En la estación se ve una señora con su anafre preparando gorditas, las cuales también son degustadas por los viajeros. En san Bartolo, lo mejor para comprar son los pacholes, esa galleta de harina de maíz con canela, crujiente, con su rico sabor dulce y que es típica de varios lugares de los valles centrales (o mejor conocido como Zona Media), como Cerritos, Rioverde y Cárdenas.
Los pacholes, como otras variedades de alimentos, nos recuerdan esa vieja tradición de arrieros que había en esta región. Con la construcción del ferrocarril de San Luis Potosí a Tampico, muchos de estos lugares cambiaron sus rutas de comercio, pues de lugares como Tula, en Tamaulipas; Guadalcázar, Ciudad del Maíz, Alaquines, Rayón y varios lugares más por donde no pasó el tren, la gente tuvo que viajar para tomar este medio de comunicación.
Junto con la gente que viajaba, también se encontraron los comerciantes que con sus recuas llegaban a las estaciones a dejar sus productos. No hay que olvidar que Saturnino Cedillo y su familia fueron comerciantes de recuas que bien pudieron bajar a Las Tablas, Cerritos y Cárdenas a dejar sus productos. De estos comerciantes de recuas ha sobrevivido una tradición alimenticia que hoy se conserva en varios lugares de los valles centrales y que forma parte de este patrimonio gastronómico y cultural de nuestro estado y poco conocido y valorado: pacholes, pinole, ponteduro, garapachos, rosquillas, pemoles, carne seca o tasajo, chorizos, carne seca para elaborar el tradicional “caldo seco” de Cárdenas y chancaquillas, por citar sólo algunos.
El ponteduro permitía elaborar un atole que daba muy buena energía para aguantar el hambre y caminar largos trechos; los garapachos podían conservarse varios días y con el atole elaborado del ponteduro, servía de alimento. Las chancaquillas, de chancaca (piloncillo) y semilla, se han convertido en uno de los dulces más conocidos de la región, pero tiene su origen en estos alimentos tradicionales. Cuando es temporada, entre abril y mayo, a veces se compraba una de las frutas de esta región: las pitayas, rojas y dulces, las cuales aún se siguen vendiendo en los mercados locales.
Hemos dejado la estación de Cerritos y el tren inicia su ligero traqueteo que aumentará en pocos segundos. Ahora, después de la sierra, se atraviesa una de las regiones más secas del estado. Es una región endorreica, seca, con algunos cerros que se ven a lo lejos, como pintados de azul verdoso sobre el paisaje. Esta región se encuentra entre la Sierra Madre Oriental y las sierras de El Tablón. No hay mucha vegetación, solo algunas yucas que se ven, de donde se obtiene la flor de palma o también conocida como chocha, la cual se prepara y se come. Hay algunos nopales, mezquites y entre los matorrales, granjenos, sotol y zamandoques. Los granjenos dan una pequeña fruta color naranja comida por las aves y a veces también por los humanos; del sotol se elaboran hermosas coronas y flores para el día de muertos y el zamandoque, variedad de lechuguilla, se usa para amarrar verduras y plantas.
El mezquite es uno de los árboles más emblemáticos del país, del estado y de esta región. En Ciudad Fernández y en Rioverde se emplea para la elaboración de muebles y diversos artículos. Las estaciones pasan y sólo se ven unos cuantos viajeros: El Gato, La Borreguita, El Tejocote, San Bartolo, El Viejo, Las Tablas, Los Anteojos, El Divisadero, El Duro, La Cinta y por último Cárdenas.
San Bartolo y Las Tablas, por su altitud y ubicación, cuentan con agua cerca del manto freático. En San Bartolo hay un antiguo estanque y en Las Tablas aún queda la antigua construcción donde se guardaba el algodón que aquí se cultivaba. De San Bartolo salía un tren con dirección a Rioverde, pues en esta vieja disputa entre hacendados, la vía del tren se construyó para que pasara por la hacienda de Cárdenas, propiedad de don Carlos Díez Gutiérrez, quien fue gobernador del estado durante la construcción del ferrocarril.
Hemos llegado a Cárdenas. Aquí hay cambio de personal responsable del tren. Hay mucho movimiento en la estación, pues el ferrocarril está ligado a la vida y la economía de los cardenenses; la construcción de la estación permitió que la hacienda se convirtiera en un asentamiento importante. La gente de lugares cercanos se estableció en esta antigua hacienda; la compañía ferroviaria americana construyó viviendas para sus trabajadores (la que se conoció como colonia americana, entre las calles de Álvaro Obregón, 20 de Noviembre, Miguel Hidalgo y Benito Juárez) y el lugar se convirtió en municipio en 1922. Se establecieron talleres y la antigua hacienda se convirtió en ciudad.
Es casi la hora de la comida. El tren durará unos veinte minutos debido a los cambios y la gente aprovechará para comprar algo de comida en el restaurante de la estación. También están los vendedores que se acercan a los vagones para ofrecer las gorditas, chancaquillas, nieves, paletas, pedazos de caña en bolsas y se escucha, a lo lejos, un grito que ofrece pollo.
Fin de nuestro viaje, pero también fin de una vida que se mantuvo entre estas estaciones durante casi un siglo.
[La fotografía es del autor. Este texto se publicó en la edición 51 de La Corriente]