Carlos Morán de la Rosa

El progreso alcanzado en México durante el porfiriato inició con el triunfo de la revolución de Tuxtepec, en 1876.  En otras ocasiones ya se ha comentado que ese ambiente se generó por la paz imperante, fundamentalmente. En San Luis Potosí ―con Carlos Díez Gutiérrez como titular del poder político y militar― el desarrollo llegó de manera gradual, y a Suárez Fiallo, como constructor, le tocó inaugurar esta etapa.

Los registros indican que sus padres fueron Manuel Suárez y Josefa Fiallo. Sin embargo, la maledicencia potosina lo tenía como hijo natural de “su alteza serenísima” Antonio López de Santa Anna. ¿Habladurías de la gente? Difícil saberlo. Aunque la duda cabe, ya que Santa Anna tuvo cuatro descendientes fuera de matrimonio, a los que reconoció con su apellido; entonces, es posible que haya tenido otros, a los que simple y sencillamente no registró con su nombre. En caso que Suárez Fiallo fuera vástago de Santa Anna, estaría entre los no reconocidos legalmente. Lo que si sabemos con certeza es que ambos eran veracruzanos.

Nuestro personaje nació en Perote, Veracruz, el 3 de noviembre de 1832 ―horas antes de la festividad de san Carlos Borromeo, de ahí su nombre― y fue bautizado en la parroquia de San Miguel Arcángel, del mismo lugar. Aunque no realizó estudios profesionales de ingeniería civil o arquitectura, es probable que haya cursado parcialmente ingeniería de minas o ingeniería militar y complementada su capacitación de manera autodidacta, ya que su trabajo refleja cierto dominio estilístico. En los documentos de carácter legal que conocemos no se ostentó como ingeniero. A pesar que infinidad de personas le daban ese trato, y con él llegó hasta nuestros días.

Más que ingenioso y creativo, que lo fue, resultó ser muy empeñoso y perseverante. Patentó diversos artefactos producto de su inventiva, como el aparato para beneficiar minerales por amalgamación que entregó a la compañía explotadora de minas de Concepción, en Real de Catorce; o  los famosos, en su época, ataúdes Santa Teresa; también introdujo la energía de vapor a las carpinterías ―que luego se extendió al aplicarse a las moliendas de nixtamal y cacao―; y hasta un mecanismo de juego denominado “Frontón de Salón”.

Su espíritu innovador le permitió obtener de las autoridades una franquicia para la instalación de una fábrica de porcelana, loza y cristalería. Los datos anteriores nos permiten apreciar que tuvo un papel participativo en el desarrollo de la industria potosina durante el último cuarto del siglo XIX. A la vez, fue socio de varias empresas mineras. También se integró al gobierno de la ciudad; en 1882 y 1887 fungió como regidor del ayuntamiento de San Luis Potosí. Aunque la noticia más antigua de su presencia en el lugar nos remite a 1872, precisamente en el servicio público, cuando todavía faltaban algunos años para concluir la época convulsionada que se dio de manera recurrente durante la mayor parte de ese siglo. El 22 de julio, al mismo tiempo que se esparcía la noticia del deceso del presidente Benito Juárez, se conocía que Suárez Fiallo dejaba tanto la secretaría general de gobierno, como la comandancia militar del estado.

Por otro lado, su capacidad económica no siempre fue un tanto desahogada. Por ejemplo, durante algún tiempo compartió su vivienda, en la calle de Tercera Orden ―hoy de Galeana― con los Prieto Trillo, en ese entonces una familia muy humilde; cada cual arrendaba un piso de la propiedad. Por su afición a la baraja no faltó quien lo tuviera como tahúr.

Lo verdaderamente trascendente resulta ser que Suárez Fiallo contribuyó de manera importante en la producción arquitectónica de la capital potosina. Pero, hasta ahora, su labor ha sido escasamente reconocida. En la actualidad prácticamente sólo se conoce su trabajo como autor de la antigua penitenciaría de la capital potosina, especialmente a raíz de su nuevo destino como Centro Estatal de las Artes. En este ámbito participó, entre otros, en los proyectos siguientes: mejoras en Palacio de Gobierno, durante su gestión como secretario general; los Baños de San José; hacia 1883, a raíz de la alineación ―que posiblemente también estuvo a su cargo― de la actual avenida Carranza, entre Reforma y el jardín de Tequis, se le encargaron las fachadas de las futuras quintas de fin de semana de la clase acomodada; la Casa de Asilo, que se ubicaría en las instalaciones que hoy corresponden a la sede de la XII Zona Militar; remodelaciones de la Escuela Industrial Militar y el Instituto Científico y Literario; y la Penitenciaría de San Luis Potosí, como ya se indicó.

En la ciudad de Zacatecas, el Mercado González Ortega, que a raíz de su incendio también remodeló en 1886. A través de la Compañía Anónima Toluqueña, construyó en el estado de México. La Casa de Asilo y sus trabajos en la Escuela Industrial Militar y el Instituto Científico no se realizaron. Conforme a los gustos de la época, que desembocarían en las corrientes eclécticas, innovó en su producción arquitectónica con la utilización de estilos de otras culturas, como el mudéjar o el tudor, por ejemplo.

Con referencia a la penitenciaría, efectivamente el proyecto lo ideó en 1883 y su construcción, que se prolongó hasta 1904, estuvo a cargo de Blas Escontría, Luis G. Cuevas y Gustavo Alemán. De este proyecto destaca la implementación de la planta arquitectónica en panóptico, es decir, que desde un sólo punto se podía apreciar la totalidad de las celdas. Aún sin concluirse fue inaugurada el 5 de mayo de 1890. Es de reconocer el trabajo de rescate implementado recientemente en esta construcción.

Por otro lado, en 1878 adquirió los antiguos Baños de Quiñones; desde entonces se conocieron como Baños de Suárez. En la década siguiente compró algunas fincas adyacentes hasta ampliarlos al paño de la calle de Pascual M. Hernández. Los reacondicionó en estilo mudéjar: levantó la majestuosa torre que guarda el depósito de agua y arregló sus interiores, en pocas palabras los modernizó. Al poco tiempo los llamó Baños de San José, denominación que conservan hasta ahora. En este caso, resulta muy triste y lamentable apreciar las condiciones en las que se encuentran en la actualidad. Han sido arrasados gradualmente para dar cabida a áreas de estacionamiento, sin contar las desafortunadas intervenciones en los recintos que aún se conservan que, además, conviven con ruinosas instalaciones. Lamentablemente, otra vez la historia se repite, como diría el insigne Rafael Montejano, el progreso mal entendido…

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